Lhasa

La capital del Tíbet es una pequeña ciudad que pocos años atrás carecía del entramado de calles nuevas que los chinos edificaron para consolidar su asentamiento y explotación comercial. Este fue territorio prohibido para los occidentales al que tan sólo llegaron de forma clandestina viajeros como Alexandra David Néel o Heinrich Harrer.

Hoy el lugar es una mezcla de tradición y modernidad, manteniendo la singularidad que le aporta su geografía remota y a más de tres mil metros y la visita de miles de peregrinos que vienen a venerar al Jokhang con la solemne peregrinación que lo circunda. Fue construido en el año 642 por el rey Songtsen Gampo y contienen numerosas imágenes budistas dejadas por la esposas del emperador que procedían de China y Nepal. Entre éstos destacan figuras del buda Sakyamuni, Maytreya o la de Tsongkapa fundador de la orden gelupa, además de distintos dalai lamas. El edificio es un bloque de cuadrado de cuatro pisos con patios interiores que conducen a las capillas centrales, siguiendo el modelo hindú, con reminiscencias chinas. La fachada principal está rematada por dos grandes ciervos dorados que custodian un gran rueda del dharma. Ante sus puertas los peregrinos de postran realizando numerosos saludos al sol antes de entrar.

postraciones jokhang 2

Los occidentales pensamos que el Potala es el lugar más importante y sagrado del Tíbet pero no es así, en su lugar el Jokhang simboliza el orígen de la nación tibetana y la cuna del budismo tibetano.

La vieja Lhasa se esparce en un laberinto de callejuelas que parten de la estructura radial de la Balang  Street, que circunvala el Jokhang.

vista hotel 3

La ciudad nueva se extiende creciendo más y más, en dirección  al oeste y pronto llegará hasta la nueva y flamante estación de tren, también construida en un racionalismo ultramoderno y grandilocuente.

La llegada a Lhasa, saliendo de la estación es un poco decepcionante porque se cruzan esas calles nuevas que uno podría encontrar en cualquier parte, con edificios cuadrados de no gran altura con escaparates regentados por multinacionales que venden la ropa deportiva y las hamburguesas de siempre. La nueva China quiere ser occidental y abraza el capitalismo compulsivamente.

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Las aceras son amplias y apenas están transitadas. De vez en cuando, un hotel de lujo de gran estatura puede llamar la atención, al igual que los diversos cuarteles que van presentándose con punzantes alambradas.

Pero al final alcanzas a ver el Potala y aunque los chinos hayan desterrado el viejo mercado y lo hayan substituido por una plaza de hormigón que quiere ser como Tian’anmen con monumento a la victoria incluido, no hay nada que pueda mitigar la emoción de ver este edificio que tanto significa y que forma parte de nuestro imaginario mitológico.

plaza dura potala

Verdaderamente, el Potala es una obra descomunal por como escarpa la montaña en diversos niveles, con esas grandes murallas que reúnen sus múltiples palacios y edificios religiosos que alternan ese granate tan característico del Tíbet y el blanco en el que el sol resplandece como en ningún otro lugar.

El Potala merece un comentario por si sólo que prometo realizar en breve, al igual que el Jokhang, aquí tan sólo quiero informar de cómo es la pequeña ciudad de Lhasa.

Finalmente, el coche nos deja en la plaza Barkhor si es que todavia tiene ese nombre, al final de la Yutuo road. Sacamos las mochilas bajo la atenta mirada de los militares, instalados sobre una especie de donking donut.

plaza dura jokhang

Lamo, nuestra simpatica guía tibetana nos acompaña a nuestro hotel, el Mandala, situado en un lateral del Jokhang, muy céntrico y recomendable, en plena zona peatonal.

En cuanto cruzas la plaza ves a los peregrinos postrarse haciendo el saludo al sol ante la fachada del Jokhang y al tomar la calle Balang en sentido inverso a las agujas del reloj, te sientes un extraño porque todo el mundo anda en la dirección contraria, siguiendo el kora o peregrinación religiosa que exige dar tres vueltas entorno al edificio sagrado. La fuerza del sentido religioso y la devoción de los tibetanos es indescriptible.

peregrinando

Percibes la energía de la tierra y tu corazón se abre a las miradas de estas gentes curtidas por el sol y por la historia milenaria que descansa sobre sus espaldas. Son personas no muy altas que desprenden gran humanidad. Muestran lo que son pastores y gentes de montaña, muchos de ellos nómadas con rasgos achinados pero que recuerdan más a los mongoles y los nepalís.

peregrina

Pese al gran número de personas que recorren la calle, se escucha un silencio revencial sólo roto por los pasos, las tablillas de quienes se inclinan en el suelo y el murmullo de sus mantras. A los extremos de la Balang o Barkhor Street, su antiguo nombre, y de la plaza, se agolpan tenderetes de artesanía con collares, figuras hechas con hueso de yak, estatuas de distintos budas en bronce, tankas, mandalas y demás productos bastante enfocados al turismo.

Si se toma una calle hacia el noroeste se sale al mercado de la ciudad donde se puede encontrar desde carne de yak a cualquier tipo de fruta o verdura.

escena mercado

Desde nuestro hotel podíamos ver la calle Balang y contemplar la ininterrumpida peregrinación, con los tejados del Jokhang en frente. A nuestra izquierda, en un terrado, unos militares hacían guardia, controlando todo aquello que pudiera suceder en la calle y tal vez a nosotros, los turistas en el hotel.

No hay que tener miedo porque Lhasa es una ciudad segura y los tibetanos buena gente pero desde que en la olimpiada celebrada en Pekín hubo protestas y actos de rebelión, los chinos han redoblado sus fuerzas y los puestos de control son constantes, en especial a lo largo de la Balang Street donde más veces se han podido ver inmolaciones o tibetanos que se prendían fuego como forma de protesta.

peregrinos lama

El peligro es que estalle una rebelión estando de visita y que los militares chinos que van armados con ametralladoras decidan abrir fuego, cerrar las fronteras o cualquier otra medida drástica. Su presencia entre los apacibles peregrinos, repartidos a cada tres cientos metros con puestos como setas, bajo ridículas sombrillas, tostándose al sol en su indumentaria de camuflaje que incluye casco resulta incómoda y ridícula.

Es mejor no tener mucho contacto con ellos porque no ven bien la conversación y en cuanto a las fotos están terminante prohibidas. Si te ven te borran la memoria. A nosotros por ejemplo nos llegaron a borrar cuatro fotos que habíamos hecho a los peregrinos en las que salían de fondo. Su sentido de seguridad es bastante paranoico, así que andaros con ojo.

En cuanto a la comida en la ciudad es una de las mejores sorpresas ya que se come muy bien. Hacen una pasta cuadrada, llamada Mien Pian con verduras que está muy buena y también los clásicos fideos chow mein pero al estilo Amdo, un poco picante y especiado, aunque lo mejor son los raviolis rellenos de carne de yak. Probando la calidad de esta pasta casera te convences de que Marco Polo trajo la pasta de la ruta de la seda y que como siempre los italianos se apropiaron del invento. Para calentar el cuerpo nada como una sopa con momos (esas bolas de pasta rellenas, típicas de Nepal) o el té con leche de yak que en su versión salada sabe casi a queso y en la dulce es mucho mejor que cualquier chai indio, pero eso sí hay que estar dispuesto a tolerar el olor y la gran cantidad de grasa. Dado que la carne de yak es duro, lo mejor es comerla en estofado, por ejemplo una cola de yak con un poco de arroz al curry.
A tanta altura y con lo que castiga el sol es bueno reponer fuerzas a la hora de cenar.

chica amdo restaurant

Nosotros comíamos mucho en el Amdo restaurant, un local con interior de madera, mesas bajas con hules verdes, fotos descoloridas en la pared de algunas montañas tibetanas y una tele de rayos catódicos de las de antaño presidiendo el lugar. Lo llevaba un padre con sus dos hijas mientras la madre cocinaba en una diminuta pero limpia cocina. A los tres días eran como nuestra familia, nos hicimos fotos y trataron siempre de conversar con nosotros. Querían saber por qué nos gustaba el Tíbet y sobretodo cómo era el mundo exterior. Resultaba emocionante y también una responsabilidad narrar qué es el mundo como si fueran niños a los que quieres ilustrar sin decepcionar.

Un día en el que hasta unos lamas se habían metido en nuestra conversación con signos, pararon a un profesor universitaria bastante anciano que sabía inglés y por fin pudimos entendernos. Ellos eran de origen mongol y habían llegado al Tïbet hacía tres cientos años. No querían saber nada de política y si vivir tranquilos pero les interesaba de verdad saber qué había más allá de Messi y del mundial que veían en la tele. Como eran los Estados Unidos y la vieja Europa. Recuerdo que hice especial hincapié en que nosotros eramos gente de mar, que nuestra cultura era del Mediterráneo pero que muy cerca teníamos las montañas de los Pirineos que eran más bajas que las suyas. Conocían los Alpes pero no más allá. El profesor me habló de un pariente suyo que se había ido a un monasterio budista en Suiza.

En fin no pararía, pero debo hacerlo para seguir en otro post.

La conclusión de esta introducción a Lhasa es que es un lugar maravilloso no tanto por su paisaje, ni sus monumentos sino por la calidez de los tibetanos, algo que se percibe incluso sin hablar con ellos. Tal vez sea mi mirada romántica, mis prejuicios al respecto pero tenían una pureza que nosotros perdimos hace ya mucho tiempo.

Espero que los chinos y el contacto no puedan con ese talante porque visitando un lugar así te das cuenta que es la gente la que hace el lugar y no al revés. Las piedras desprovistas de humanidad son sólo monumentos y eso lo que encontramos en muchos sitios.

Saludos al sol

Aconsejo perderse por las calles secundarias de Lhasa y descubrir esos pequeños templos que ellos visitan, el gran mercado y compartir las escenas callejeras sin buscar la foto del lama, ni la del niño, la anciana o el militar que todos buscamos. Sentaros, mirad y contemplar a estas gentes tan distintas a nosotros pero que nos recuerdan a los abuelos, a cuándo nosotros éramos una sociedad rural, a los orígenes de los que todos procedemos.

motoristas

Sé que esto se puede encontrar seguramente en otras partes del mundo pero yo lo descubrí en Lhasa más que en ningún otro lugar.

Texto y Fotografía : Alexis Racionero Ragué

Nota de final :

El mal de altura es algo serio. Hay que aclimatar el cuerpo poco a poco por lo que no se debe hacer el turista convencional que no para en los primeros días. El sol castiga mucho y provoca migrañas por lo que hay que protegerse con gorros, pañuelos y ropa de manga larga. Existen pastillas homeopáticas para paliar el mal de altura o remedios de medicina convencional como media aspirina al día o Adiro que mejoran la circulación.

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