La alegría del país de las sonrisas

Me despierto y leo que en Birmania (Myanmar) la NLD (Liga Nacional Democrática) de Aung San Suu Kyi y cuando pongo radio 3 suena Keep on rocking on the free World de Neil Young.
Pienso que un mundo mejor es posible. Siento una excitación en mi corazón. Un nudo en la garganta.
Recuerdo aquel primer viaje a Birmania en el 2006 con las calles llenas de polvo, las pagodas esbeltas, la luz dorada y los corazones abiertos.
Poca gente he conocido como los birmanos que son el eje de mi próximo libro llamado El país de las sonrisas. Alegres, abiertos, formales, serios y elegantes.
En Yangoon trabé amistad con taxista encubierto, un padre de familia que clandestinamente hacía carreras para ganarse el sueldo que no tenía. Me habló del control de la junta militar y soñamos en montar un negocio juntos pero yo no regresé.
Me hice amigo de los niños que me acompañaban a ver las pagodas de la bella Bagan cuando todavía se visitaban en tartana tirada por un burrito que no era atracción turística. A Jo Jo y Ye Hla les enseñé algo de inglés y prometí que volvería.
Lo hice pero tarde. En septiembre del 2015. El país había cambiado en las formas pero no en su esencia.
Myanmar es hoy un país turístico, abierto al mundo para obtener los ingresos de esta industria tan poderosa cuyos beneficios, desgraciadamente, acaban en manos de unos pocos. Su red de comunicaciones es buena pero la autopista que une la capital con Mandalay está vacía por pocos birmanos pueden pagar sus peajes.
La red de ferrocarril está como la dejaron los ingleses y los vuelos internos son caros.
Burma es un bello escaparate para el mundo de una sociedad rural ancestral de budismo sosegado. Así es el mito que me he creado del país de las sonrisas. Creo en él por el talante de su gente. La misma que ha dado el 70% de sus votos al partido opositor de la junta militar que lleva gobernando el país durante más de cuarenta años.
Aún recuerdo cuando en conversación con mi amigo anónimo, el taxista clandestino, le decía ingenuamente que los dictadores mueren como sucedió en España con Franco. Su respuesta fue: aquí no importa que uno muera porque son muchos.
Ante esta aparente falta de luz al final del túnel la actitud de los birmanos, como tan bien encarna la resistencia de Aung San Suu Yi es la de no perder la esperanza, ni la ilusión por levantarse cada día y creer en las bondades de la ayuda al prójimo, de vivir desde el corazón, con serena sencillez y bella armonía.
Yangoon es una ciudad bulliciosa, ruidosa como tantas otras de Asia. Móbiles en la mano, coches y motos circulando entre pocas bicicletas supervivientes, pero mantiene ritos de humanidad como las teterías donde compartir lepayé, ese te dulzón con leche que recuerda al chai indio en una versión mejorada. Vas te sientas y compartes una mesa, como hicimos con mi amigo el fotógrafo Mariano Blanco. El hombre que tienes enfrente te sonríe, no habla tu idioma, tampoco el inglés pero te entiendes. Al poco tiempo, te invita a uno de los puros de tabaco enrollado que fuman por todas partes. Más tarde, te enseña como tomar el segundo servicio de te. El chaval que te sirve también ríe, mira nuestro aspecto, compartimos sonrisas y no tarda en enseñarnos palabras en su idioma. Le suelto alguna aprendida del conductor que nos llevó al hotel. “Jan Lade”, expresión que se le dice a una chica guapa. La suelto cuando pasa un bellezón de largo pelo negro. Seguimos riendo y pienso lo simple que puede ser la vida, incluso cuando la situación política no acompaña.
Donde lo tenemos todo, no le damos valor y dónde no lo tienen hallan la felicidad en su interior y en los valores de eso que llamamos sociedades agrarias atrasadas. Allí, pese a la invasión de móviles y tabletas siguen conversando, compartiendo mesas y dedicando tiempo cotidiano para meditar o venerar a sus ancestros.
La noticia del recuento de votos en Birmania confirmando la voluntad de cambio es una gran alegría.
Como me contó un guía anónimo en mi reciente viaje, el partido de la junta militar, el USPD estaba comprando los votos de las aldeas a cambio de la instalación gratuita de placas solares.
Ni así ha conseguido la fuerza torcer la voluntad de este pueblo tan amable como firme.
El mundo occidental se dará la enhorabuena pero tal vez no querrá recordar que la junta militar mantiene el derecho a voto por reservarse el 25% de escaños en la asamblea nacional o que suyos siguen siendo los ministerios de interior y defensa.
Probablemente, la junta no anulará las elecciones como hizo en 1990 pero ya veremos que tres candidatos se presentan a escoger en febrero del año que viene.
Aung San Suu Kyi, the Lady como la llaman en Myanmar no podrá ser presidenta porque lo impide una cláusula de la carta magna…
Democracia encubierta como sucede en otros lugares del sudeste asiático.
La herencia de unos años de guerra contra el imperio americano. Resquicios de comunismo anticuado. Testigos del pasado.
En el país de las sonrisas, imperan valores que hablan de supervivencia y de mantener un estado de ánimo. No es simple alegría, sino saber estar, serenidad, reposo, adaptarse a lo que viene y buscar el arroyo por el que el agua seguirá brotando, descendiendo en su cauce hasta el mar de la eternidad.
Felicidades Myanmar, vuestra sonrisa es nuestra luz.
Alexis Racionero Ragué
Comentarios recientes