Impresiones de Japón

Japón es uno de los destinos más recomendables de Asia porque aúna modernidad y tradición, constituyendo una mezcla entre oriente y occidente en la que el viajero convencional se siente cómodo.
El inconveniente de las casi dieciséis horas de vuelo quedan compensadas por la eficacia de su tren de alta velocidad, el shinkasen que mediante el Rail Pass de 7,14 o 21 días es la mejor manera de visitar el país.
El circuito convencional y que yo realicé en mi primer viaje, consiste en llegar a Tokyo, pasar por Kamakura a visitar una de las ciudad monumental conocida por un Buda de grandes dimensiones, seguir hasta Hakone donde se hacen dos noches para aproximarse hasta el monte Fuji y finalmente invertir casi una semana en Kyoto, la ciudad de los más de tres cientos templos que ofrece salidas de un día imprescindibles como la visita a Nara. Si hay tiempo se puede hacer una o dos noches en alguno de los templos del monte Koyasan o llegarse hasta Hiroshima, para finalmente, volar de regreso desde la postmoderna Osaka, la ciudad de los canales y las luces de neón que posee uno de los castillos medievales más memorables del país.
El tren acorta estas distancias a viajes de menos de tres horas, siendo posible recorrer la isla de punta a punta si se quiere. No obstante, hay que tener en cuenta los Alpes japoneses ubicados en la mitad norte y el hecho de que en conjunto, se trata de un país bastante montañoso por lo que en ocasiones como para llegar hasta Takayama con sus casas tradicionales japonesa, es necesario dar un gran rodeo con el tren para llegar al punto deseado.
La primera impresión que Japón transmite es que todo funciona ordenadamente, en un entorno tanto urbano como rural sumamente cuidado y limpio. Se roza lo aséptico y dada la contenida educación de los nipones, su baja o nula conversación y el poco contacto visual, puede resultar casi hasta inhumano pero poco a poco uno se acostumbra. No obstante, puedo entender porque es uno de los países con más suicidios.
El viajero pasa, observa y contempla pero el que vive en esa sociedad tan contenida, cerrada, contenida y autoexigente puede pasarlo verdaderamente mal.
No fue mi caso, como turista occidental que fue a Japón a relajarse después de un año intenso y salió con el regalo de un embarazo deseado.
Después de haber leído a D. T Suzuki (Zen and the Japanese Culture, The Fields of Zen), a Alan Watts (The Spirit of Zen, The way of Zen), a Tanizaki y su Elogio de la sombra, a Kawabata y El país de las nieves, a Ruth Beneditct y El crisantemo y la espada o también al contemporáneo Murakami de quien me gustan Tokyo Blues y Al sur de la frontera, al oeste del sol, venía bastante conectado con la cultura japonesa.
A esto hay que añadir todas las películas de Kurosawa, algún manga que otro, el cine de animación de Miyazaki y cómo no las aventuras de Mazinger Z con quien crecí.
Uno proyecta espiritualidad zen, recogimiento, sensibilidad, naturaleza reposada, cerezos en flor, platos florales y sushi deslumbrante, el sabor de un buen saque en taza de cerámica, té verde, samuráis, templos, rascacielos, neones, robots, matrix, ultratecnología, cyberpunk, lolitas, tamagochis, geishas, tatamis, baños onsen, motos…
Y lo encuentra todo porque Japón concentra todo ello en una potente y personal combinación de estos dos mundos tradicional y moderno que conviven en una calculada armonía.
Los más de dos siglos de aislamiento del mundo vividos durante la era del emperador Tokugawa hasta 1868 han servido para mantener latentes tradiciones milenarias como la meditación zen o artes como el ikebana floral, la poesía de los breves jaikus o los enigmas sin solución que constituyen la base de los koans.
Recomiendo leer Los 99 jaikus de Ryookan
Estanque nuevo,
Salta dentro una rana
Y no hace ruido.
También ese tesoro del viajero que son la Sendas de Oku de Mastsúo Basho,
Toda la noche
amotina las olas
al viento en cólera.
Y los pinos chorrean
húmeda luz de luna.
O los relatos de viaje de Lafcadio Hearn de finales del XIX, En el país de los dioses o sus cuentos recogidos en Kwaidan.
Todos pueden ser buenos compañeros en un viaje a Japón.
Mi mayor recomendación es vivir el contraste entre la metrópolis que es Tokyo con la naturaleza más bucólica de templos zen y paisajes remotos.
En Tokyo hay que pasarse una tarde en Shibuya y contemplar ese cruce de calles en los que la manada humana desborda en extravagantes colores e indumentarias de las jóvenes harajuku que quieren ser como sus muñecas de infancia, los otakus que recrean sus personajes de anime, las lolitas punk gothic.
Se puede acabar en las inmediaciones de la estación de Harajuku o el puente que conecta con el parque de Yoyogi para ver este desfile de manamis o chica que quiere ser Lolita con todo tipo de tribus urbanas. Los punk rockabilly son de lo más divertido.
Otro barrio de visita obliga es Akihabara convertido en el bazaar tecnológico e informático más grande del mundo. Allí me encontré con aquel ZX Spectrum de mi infancia. Antes de la visita debe verse la deslumbrante Ghost in the Shell, una película de Mamuro Oshii de 1995, inspirada en el manga de Masamure Shirow del que parte la saga Matrix de los Wachonski.
En cuanto al Japón tradicional, el lugar es Kyoto, la antigua Edo, con su barrio antiguo donde poder contemplar templos como el Kennin Ji donde me sorprendió una lluvia mientras permanecía sentado, absorto por la sonoridad de esta sobre la madera y la tierra que dibujaba formas en un mar de pequeñas piedras.
Su interior posee preciosas pinturas murales de fantásticos dragones. Se puede llegar hasta el templo de Kodaji, perderse por las calles de Gion aunque no aparezcan las codiciadas geishas y dedicar al menos toda una tarde para visitar el conjunto monumental de Daitoku Ji donde se concentran algunos de los templos zen más bellos de la ciudad, entre ellos el famoso de Ryoan Ji u otros no tan conocidos pero preciosos como el Daisen In o el Zuiho In.
Por último en las cosas más mundanas del comer, casi cualquier sitio es bueno para descubrir que la gastronomía no sólo es tempura y sushi. Obligada la visita el mercado del pescado en Tokyo y compartir mesa en los puestos de la calle.
También obligado alojarse en un ryokan o casa tradicional en la que disfrutar de baños termales onsen y cena en la habitación entre futones y tatamis.
No es necesariamente más caro que un hotel para occidentales y sí mucho más divertido y enriquecedor culturalmente hablando, siempre y cuando las piernas lo permitan sentarse en posición de flor de loto sobre el suelo y la espalda tolere la rigidez de un futón.
Las pastelerías son así mismo espectaculares, con bolitas hechas en pasta de arroz, rellenas de te verde y otras virguerías. Los tés ofrecen múltiples variaciones como el Bancha o Kukitcha. Para los clásicos, en Kyoto también existe la sucursal del primigenio té Lipton, siguiendo la tradición british del té con una nube, etc.
La oferta gastronómica reflejada la sensibilidad de un país muy refinado que invita a desconectar y del que puedes aprender muchas cosas distintas dependiendo del viajero.
A mí, Japón me enseñó a ser más cuidadoso con mi entorno, a mantener cierto orden en los interiores en los que vivo, evitando cargar el entorno de objetos, papeles y demás trastos, a comprender que la estética del vacío relaja tu mente y para los que trabajamos mucho en casa, con la mente, escribiendo o en actividades similares, resulta de gran ayuda. De otra parte, Japón me enseñó a no sólo venerar la naturaleza sino tratar de contribuir a dignificarla.
Por último hubo algo que es más difícil de explicar pero que los japoneses dominan muy bien y es comprender que todo puede ser un ritual, que cualquier pequeña acción que realizamos puede ser importante, ya sea preparar un té, servirlo o lavar los platos.
Son cosas que se sienten cuando uno va allí. Los libros son buenos para introducirse para saber alguna cosa pero aunque la distancia impone, viajar a Japón es algo muy especial.
Cuento los días que me faltan para regresar. Tal vez el año que viene con la hija que aquel viaje me ofreció. Como con algunos otros países, ya nunca he podido desconectar de Japón.
Texto y Fotografía : Alexis Racionero Ragué
LLEGINT LA TEVA DESCRIPCIO, COINCIDEIX MOLT AMB EL QUE JO VAIG SENTIR AL JAPO, ARA FA POCS DIES EN QUE HI VAIG ESTAR.
PRENC NOTA DE LLEGIR ELS LLIBRES I POESIES QUE RECOMANES. SERA COM TORNAR-HI.
RES ET DEIXA INDIFERENT, ES UN PAIS MOLT INTERESANT. PER SORT VAREM POGUER “CONECTAR” AMB ANGLES, AMB ALGUN JAPONES, I TOT VA SER AMABILITAT I SEMBLA QUE AFECTE.
GRACIES PER LA TEVA RECOMANACIO