El cañón de Talampaya, vestigio prehistórico y lugar chamánico

La mañana se desvelaba con fatiga. El sol frenaba cualquier ansia de adentrarse al Cañón, ahogando un terreno áspero y que, por momentos, parecía ser monocolor. Solo las imágenes colgadas en las puertas del parque nacional, junto a las historias escuchadas sobre la magia de aquél lugar, ayudaban a despertar el ánimo. A lo lejos, algunos algarrobos que alentarían la sombra del paso. Inicié la ruta junto a dos litros de agua.
Ubicada en el centro-oeste de la Provincia de La Rioja argentina, al noroeste del país, y con una superficie de 215.000 hectáreas, Talampaya hacía más de 200 millones de años que se alzaba cada mañana, de forma imponente y con formas imponentes, aunque en la abundancia del tiempo, yo solo tendría una única ocasión para apreciarla. Recorriendo el cauce de un río seco, inicié el camino. Seguí el trazo dejado por las lluvias torrenciales de verano, que sólo son puntuales y que tienen un promedio anual de hasta 170mm. Ellas, junto al viento, fueron las manos que moldearon un terreno en movimiento, generado por el roce de placas tectónicas. Cuando se elevó la cordillera de los Andes, hace unos 65 millones de años, emergieron los sedimentos triásicos y terciarios que durante otros millones de años almacenó la profundidad de estas tierras. Testimonio más anciano que la que es considerada la columna vertebral de América, Talampaya creció con depósitos fluviales ordenados por siete capas, lo que generó una paleta de siete colores, influenciados todos ellos por la vegetación adaptada y otros sedimentos como el carbón.
En el camino seco, descubrí los frutos de todos ellos. Paredes de 150 metros de altura marcaban la ruta a ambos costados, cortando el aire. Algunas, con el don del eco. Cañadones erosionados, yacimientos arqueológicos y paleontológicos, eran otros de los elementos expuestos en ese escenario, junto a otras geoformas, colores y texturas, con un rojizo predominante, como si de una cocción viva se tratara, combinado con tonalidades de marrón, y algo de verde y gris en los fósiles. Entre estos, se dice encontrar el Lagosuchus talampayensis, perteneciente a uno de los primeros dinosaurios que habitó la Tierra. Todo un panorama compuesto por figuras para la imaginación, solamente regidas por los dictados de la naturaleza, inalcanzables ni siquiera para el corazón humano. Formas enraizadas en el orden del libre albedrío y en medio de las serranías bajas del oeste riojano. Talampaya se erguía como un túnel responsable de vehicular gran parte de la historia geológica de la Tierra, junto a la aroma del desierto.
Nuestra cultura adaptó estos relieves a su vocabulario, dando nombres comunes a formas inexplicables. Así, el viajero podría conocer El Monje, La Chimenea, La Catedral o El Rey Mago, por ejemplo. Una necesidad de identificar que ya heredamos de nuestros antepasados, pues los quechuas se preocuparon de dar título a semejante creación de la naturaleza. ‘Tala’ definía al árbol, ‘ampa’ al río y ‘aya’ a lo seco. Talampaya hablaba del ‘río seco del tala’.
Fueron varios los pueblos que pasaron por esos parajes y grabaron su cultura en la propia piedra. Grupos originarios como los diaguitas habitaron las cuevas de la zona de forma temporal, hace más de 1000 años, y dibujaron mensajes en sus rocas: figuras humanas con sogas y animales, la forma de una serpiente y de un cóndor, representaciones humanas con adornos y atuendos, y hasta un brujo o chamán representado con cuernos de diablo, junto a una forma parecida a un cactus que podría expresar el peyote usado por estos hechiceros.
Expresiones de lo cotidiano y de lo sagrado, que también aparecían en otro tipo de legados como los morteros, huecos en los que estos pueblos originarios solían moler sus alimentos, siendo una piedra con 19 de ellos la más representativa. Los humanos no fueron los únicos a adaptarse a la hostilidad del terreno, también lo hicieron las plantas y los animales, con sus 190 especies de animales vertebrados y gran variedad de aves, predominando el guanaco y el cóndor y otras plantas que solo persisten en esta región del planeta, como la chica riojana, de árbol sin hojas.
Este rincón habitado únicamente por el silencio árido y la libertad de formas, permaneció aislado hasta los años setenta, cuando se construyó la carretera que une las poblaciones de Patquía con Villa Unión. Aunque su acceso fue ideado por el ingeniero Werner Lorenz, el responsable de difundir el parque de Talampaya fue el periodista e investigador Federico B. Kirbus. Sus escritos atrajeron a viajeros independientes y los nómadas originarios se remplazaron por exploradores, investigadores y otros visitantes. Con el tiempo, se creó el Parque Nacional de Talampaya y, finalmente, en el año 2000, se lo declaró sitio de Patrimonio de la Humanidad, junto con el Parque Provincial Ischigualasto.
Años más tarde, revisaba este horizonte de imágenes históricas. Lo hice durante una mañana larga, en la que el sol dejó de importar. Toqué una de las piedras y, en ella, noté el frío del tiempo, como si cada una de ellas albergara la suma de vida, lo viejo. Su temperatura tenía el don de la historia, de los años y la sabiduría. Di la vuelta y encontré dos algarrobos, como si de grandes abuelos de la naturaleza se trataran. Pensé en cuántas generaciones deberían haber pasado para poder recostarme bajo sus sombras. Cada una de ellas, seguro, necesarias para construir la arena, la base y la piedra. Y, por ende, la vida.
DATOS TÉCNICOS
El Cañón de Talampaya forma parte del parque nacional de Talampaya, ubicado en la provincia argentina de La Rioja, a 1.270 km de Buenos Aires y a 520 km de la ciudad de Córdoba. También contiene La Ciudad Perdida, conocida por su itinerario laberíntico, y el Valle del Arco Iris, que le debe el nombre a sus cerros coloridos. Estos dos últimos se pueden realizar a pie y por vía libre. El Cañón de Talampaya es la única zona del parque que se debe visitar con un guía y con vehículo, realizando únicamente caminatas concretas. El parque también ofrece rutas en bicicleta y caminatas nocturnas en ocasión de luna llena.
Talampaya fue declarado Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad en América por la Unesco en el año 2000, junto con el Parque Provincial de Ischigualasto, ubicado en la provincia de San Juan, y más popularmente conocido como Valle de la Luna. Ambos parques están separados por 80 km de distancia y comparten la cuenca geográfica Triásica.
CÓMO LLEGAR
El Parque Nacional Talampaya se encuentra cercano a las localidades de Villa Unión y Pagancillo, a una distancia de 58 y 30 km respectivamente. Está atravesado por la Ruta Nacional nº 76, que une las localidades del oeste riojano con la ciudad de Patquía. A la altura del kilómetro 134 de la Ruta Nacional nº 76 se encuentra una de las áreas de servicios a los visitantes, desde donde parten las excursiones a Ciudad Perdida y Cañón Arco Iris. En el kilómetro 148 se encuentra el ingreso al Área de Servicios del Cañón de Talampaya.
Texto y Fotos : Carmina Balaguer
Creadora del blog http://trasloscielosdeiruya.com/
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Un placer hacer esta colaboración, Alexis, y tejer lazos con otros puntos del planeta y ritos, como bien dices. Conocí el Gran Cañón hace 23 años y en Talampaya pude sentir el peso (y la gracia) del pasado. Estando en el Parque Nacional no me dio tiempo de llegar a Ciudad Perdida, así que quedó como un ‘must’ pendiente. Pero cuenta con la colaboración en cuanto me acerque de nuevo.
Muy interesante Carmina. Agradezco mucho tu colaboración. Así aprendemos que no todo acaba en el Gran Cañón del Colorado.
Personalmente, cada vez me fascina más la historia antigua y en este caso, la presencia de cuevas de diaguitas quienes dejaron pinturas sobre las piedras con ese chamán representado con cuernos que algunos quieren llamar diablo pero que igual es tan sólo un dios profano. Como en los ritos de Eleusis que bebían el kikeón, en los ritos chamánicos consumían ese cactus llamado peyote.
Si es posible me gustaría un post sobre la Ciudad Perdida que citas.