Dos poemas de Bodhi Hamsa

La vida secreta (India Thud) (Fragmento)

El que procazmente buscaba aquella noche su dipsomanía como un diletante o como un genio le explicó al camarero que le habían avisado de su despido ese mismo mediodía, mientras leía un poema de Joseph Brodsky. Había decidido escoger una taberna, cercana a su casa, donde se pasaría los días y las noches hasta que cerrase, bebiendo y viajando a través de la mente,con la mirada en los libros o en las botellas de colores, por universos ignotos. Ora en Khajuraho, ora en Goa, ora en Dehli, ora en Madurai, en Tamil Nadu, donde las chicas iban preciosamente acicaladas con saris de colores y brazaletes de oro. En Mathura unos monos intentaron cogerle un poco de comida que llevaba en las manos, y un buey sentado desde hacía décadas, tal vez milenios, se dejó acariciar. En un palacio practicó el kamasutra con una princesa hindú a la que había conocido en una velada la noche anterior: dedicó el día entero a ser un hombre distinguido –culto y encontrado consigo mismo- y a preparar la atmósfera del lugar; por la mañana habló con sus periquitos y cotorras, luego dibujó y escribió versos, por la tarde pasó un buen rato riendo con los amigos… por último, en una habitación iluminada con velas, ventilada por la suave brisa pero manteniendo parte de la fragancia del perfume de las flores, y en una gran cama con suficientes almohadones, hizo, hablando con propiedad, el amor.

Al día siguiente, lo hizo con otra, con su piel única, con sus gemidos distintivos, con su mundo interior. Y dentro de poco, lo haría con unas diez chicas a la vez. Luego salió. Estaba en una zona al norte del subcontinente. Las cúpulas de las mezquitas caían y debajo había torres como las de muchos templos del Sur. Shivà, o tal vez Vishnú, despertaban dando un golpe.

El camarero le despertó. El borracho le habló sobre hinduismo. Con las últimas lecturas, como “La civilización de la India”, de Will Durant, y habiendo visto a lo largo del último mes la serie de documentales de la BBC presentados por el historiador Michael Wood “The Story of India”, se sentía realmente enamorado de esa cultura. Había leído la Gita y los Puranas y muchos de los Upanishads e!n los últimos años.

El borracho le habló de su mujer. -“Hace años que le pregunto: “¿tú sabes lo que es la sicalipsis?” y ella me responde siempre que no.

Sicalipsis, en caso de que no lo sepa, es la picardía erótica y sexual, el instinto sensual juguetón y avispado de los adolescentes, del que ella carece y que no valora, por no decir que desprecia, en mí. Si no conocía la palabra no se preocupe, a usted no se lo pregunto periódicamente y tampoco es una palabra que se utilice con demasiada frecuencia. Pero a ella sí se lo pregunto con frecuencia, por lo que debería despertar su curiosidad.

La muy ignara aún no ha mirado en un diccionario, probablemente porque no lo ha hecho nunca. Y nunca lo hará. Pero yo, por si acaso, lo intento.

Y aunque haya empezado por allí, no es un problema de que no sea culta o inteligente, si no un problema de dimensión interior. Con algunas personas sencillamente no hay forma. Es un desastre, una porquería de lo más corriente, y sin embargo la quiero. ¡Ella es mediocre, pero sé que puede ser tanto más!

O tal vez ya no cambiará, y no hay nada que hacer. No hay fagocitosis. No fagocita. Está rota. Yo intento inspirarla con lecturas y cuentos sobre Kama, por ejemplo, el dios hindú de la sexualidad. Pero milenios de asolamiento y de plantaciones de yermo en la oscuridad han moldeado su alma.

Kamasutra 1

Quisiera quebrantar su fachada, pero me temo que refleja el interior: su imaginación ramplona, tan conservadora. ¡Está bien domesticada y esterilizada para la sociedad, para este sistema de usura y crematística que nos aniquila el alma!

Los dioses hindúes son arquetipos, símbolos de conductas, de sentimientos, de propensiones ancestrales enraizadas en el código genético de los seres, son bellas alegorías del cosmos como unidad viva, de nosotros como segmentos del todo. No son dioses literalmente; al menos no por lo que en occidente llamamos dioses. Son poetizaciones, representaciones de cosas que sí existen, una brillante poesía filosófica y religiosa que no se acaba nunca. Una maravilla. Mas esos arquetipos, tan puros, a veces parecen demasiado lejanos a la realidad cotidiana y vulgar que vivimos”.

El borracho le habló sobre años pasados:

“¿Sabes? De joven era muy popular. Tenía mi grupo, e íbamos a buscarnos chicas a las discotecas y a donde fuese. La verdad es que no éramos ninguna gran cosa; nos contentábamos con lo que cayese. Pero lo echo de menos”.

De repente, durante unos instantes, enmudeció. Sonrió. “Me acabo de dar cuenta de que este es el mejor día de mi vida”.

-“Es un clásico”, le contestó el camarero. !-“Me alegra saberlo”, contestó a su vez el borracho.

-“Bueno, felicidades con su nueva vida. Yo tengo que seguir aquí escuchando a borrachos”.

-“¿Usted no se emborracha nunca? Si lo hiciera no estaría aquí: Si no quiere ver mar, no se haga marinero”.

-“¿Y entonces de qué vivo?. No se confunda: no hay escapatoria. Lo verá más claro mañana”.

-“No”, dijo el borracho. “Mañana estaré en India. Me voy a vivir allí, aunque sea de vagabundo”.

-“Ya veremos”, contestó el camarero. “Pero intuyo que antes o después le veré de nuevo por aquí. Será usted bienvenido”.

-“En efecto, ya veremos”.

El borracho empezó a hablar con una chica sentada en la barra. La única que había.

-“Sabes, yo y mis amigos vamos a terminar la fiesta en mi casa; ¿te gustaría venir?”

-“¿Qué amigos?”

-“Era una broma… La cuestión es, ¿en tu casa o en la mía?

– “Mejor a la mía: No queremos despertar a tu mujer”, le contestó la chica.

Coquetearon más tiempo. Luego se levantaron, juntos, y salieron del bar.

-“Hasta mañana”, les dijo el camarero.

-“Hasta mañana”, se le escapó al borracho.

Bodhi Hamsa

Khajuraho horizontal

Litera

-María…
-¿Qué?
-¿Estás despierta?
-Sí…
-¿Quieres jugar?
-Ahora no… tengo sueño.
-Bueno. El viernes voy a invitar a Michaela a casa.
-Ah.
-Hoy, Juan me ha dado espárragos trigueros.
-¿Espárragos trigueros?
-Sí; salen en el colegio, cerca de la entrada; Juan me los da y yo los vendo.
-¿Y has vendido alguno?
-Ahh… ¿No decías que tenías sueño?
-Sí, pero ya no. ¿Has vendido alguno?
-Sí; hoy he vendido tres. Dos a una señora y uno a un señor.
-¿Y a cuánto los vendes?
-A cincuenta céntimos cada uno.
-Está bien…
-Sí. Pero el otro día le vendí uno al padre de Michaela a dos euros.
-¿Dos euros?

-Sí.

-Es mucho para un espárrago. ¿Crees que después se los comen?
-Supongo que sí

-¿Así, crudos, o los preparan?
-No lo sé; supongo que se los comen crudos…
-Dos euros no está nada mal… Le pediré a Juan que también me guarde unos para mí.

-No, que la idea es mía. Tú encuéntrate otra cosa.

-¿Qué otra cosa? No hay nada más…

-No sé… ¡Calla¡ ¡calla! Que he oído algo…

-Ya está… Qué pesados que son.
-Ya se te ha pasado lo de…
-Sí; a mí me da igual… Ya no voy a llorar nunca más por ellos. Encima de que me sabe mal que se peleen siempre, va papá y me pega porque sí…
-Porque te metiste en medio…

-Porque me sabía mal que se peleasen.

-Ya, pero…

-Bueno, a mí me da igual; nunca más me van a pegar y nunca más voy a escuchar sus gritos, y si se quieren matar el uno al otro también me da igual… Yo ya he intentado ayudarles… Mañana me escapo.
-¿A dónde?

-No lo sé. A casa de Patricia, seguramente, pero no se lo digas a nadie.

-No, no… no se lo voy a decir a nadie.
-Lo tengo decidido desde hace tiempo. No sabía si decírtelo, pero estoy más contenta si tú lo sabes.
-Bueno… ¿Y yo puedo escaparme contigo?
-Todavía no. No sé si hay sitio para ti en la casa de Patricia. Déjame ir a mí primero y después de un tiempo seguramente podrás venir tú también. Te llamaré a casa,
y esperaré hasta que contestes tú p!ara decirte que ya puedes venir.
-Vale…

Más adelante en el tiempo, María se escapó de casa. Llenó la bolsa que usaba para llevar el chándal los días de gimnasia en el colegio con pijama, pantalones, camisas, ropa interior, y un libro. En la portada del libro, un gran caballo negro elevaba sus patas delanteras frente a un sol redondo y rojo, y su crin salpicaba estrellas de luz. Salió esa misma noche de casa. El conserje del piso le preguntó a dónde salía a esas horas, y en camisón. Ella le miró, le sonrió, y él entendió. Le dijo que era muy valiente, que le deseaba lo mejor, y que esperaba verla pronto de nuevo. María cogió un taxi. Al llegar a casa de Patricia se dio cuenta de que no llevaba dinero. Le explicó la situación al taxista, que se había escapado de casa, y él la dejó salir y también le deseó suerte. De repente estaba delante de la puerta del piso de Patricia. Llamó a la puerta y Patricia le abrió. Una vez en la cocina, María explicó a Patricia, a su hermana pequeña y a sus padres que había tenido que escaparse de casa y que tenía que esconderse durante un tiempo, que en su casa no había más que gritos, que esa misma noche su padre la había pegado, que no podía aguantarlo más. Ellos lo entendieron y aceptaron esconderla por lo menos durante esa noche. Patricia, en camisón de color rosa, se le tiró encima y la abrazó. Las dos eran realmente felices. Lo que más esperaba, lo que más ilusión le iba a hacer, sería cuando el padre de Patricia dijera que ahora tendría que comprar comida para tres niñas. El padre de Patricia le mostró un armario con el suelo muy profundo, muy muy profundo, con escaleras; debajo de los abrigos colgados había unas escaleras que llevaban a un cuarto enmoquetado y en él, casas de muñecas y muñecas y libros. Cuando entre Patricia y su padre le arreglaron una cama, Patricia le sugirió de ir a su habitación a jugar. ¡Su habitación era enorme! Era realmente la habitación de una princesa.

Más adelante aún en el tiempo, María se despertó. Se preparó la bolsa de gimnasia con su camisón y un libro. Cogió algo de dinero.
Una vez en la puerta del colegio, junto a su hermana, se despidió de esta. Le emocionaba la idea que debía tener su hermana pequeña de ella en ese momento: de alguien que lucha por sus sueños y
que remueve lo material por hacerlos realidad. El portero de la casa de Patricia le dijo que Patricia y su hermanita no llegarían hasta la tarde, después del colegio.

María subió por ascensor hasta el rellano, delante de la casa de Patricia. Se quedó más de una hora delante de la puerta, antes de irse sin haber llamado al timbre. La luz era diferente a la de su sueño. La puerta era fríamente, violentamente, real.

Texto y Fotografía : Bodhi Hamsa

Fragmentos inéditos de 32 poemas de amor y 32 desnudos de otoño.

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