Blade Runner, el mito atemporal

Los mitos son atemporales, perduran más allá de las puertas de Tanhaüser, grabándose en nuestras retinas para siempre.
Blade Runner (Scott, 1982) es hoy un mito de celuloide, film en estado de gracia de quienes intervinieron para erigirse en modelo de la ciéncia ficción que le sucedió. Partiendo del legado fundamental de Metrópolis (Lang, 27) y la presencia del gran Douglas Trumbull, ese pionero de los efectos visuales responsable de 2001 (Kubrick, 68) o Encuentros en la tercera fase (Spielberg, 1977), Blade Runner sentó las bases de la ciudad distópica futurista en el cine. Al espejo de urbes niponas como Tokyo u Osaka, esa L.A. del 2019 condicionó toda ambientación futurista posterior.
En lo estético, Blade Runner bebió del Cyberpunk surgido en los ochenta, con data oficial de 1984 si nos atenemos a la publicación de Neuromancer, su novela emblema, escrita por William Gibson, pero el cyberpunk lleva años insertado en Japón y en occidente entre todos aquellos quienes como Cronenberg (Cromosoma 3, 1979) estaban fascinados por la mutación de la carne con la tecnología. Eso que llamamos cyberpunk conjuga la cybertecnologia de cableados, robótica y androides con la estética de cuero negro, agresiva y afilada del punk, con personajes no ya anarquistas sino antisistema como los hackers (veáse Johhny Mneumonic o la famosa Matrix).
Film típico de los ochenta que cruzaba géneros (cine negro y ciencia ficción), Blade Runner fue también una de las inventoras del retrofuturismo tan de moda en nuestro siglo XXI. Eso es lo que se pide a toda obra de ciencia ficción que se precie.
Deckard se viste a la imagen y semejanza de Bogart en El halcón Maltes (Huston, 1941), con gabardina larga y aires de detective antihéroe, solitario y algo antisistema. A su alrededor, los despachos, las máquinas de escribir y otros enseres tienen look años cincuenta, para mezclarse con elementos futuristas y ochenteros como los neones, las hombreras y peinados grandilocuentes.
A su ambientación y puesta en escena, obviamente dentro los méritos de la película para convertirla en algo imperecedero se debe añadir esa historia de los replicantes que culmina con el maravilloso monólogo de Roy, algo que al parecer improvisó Rutger Hauer. Androides humanizados que quieren vivir más y ponen en tela de juicio la creación de vida artificial, el gran tema de la película que recupera la esencia de Frankenstein, el moderno Prometeo. Creación divina, frente a creación profana. El ojo de Dios, frente al fuego que Prometeo robó a los dioses, como explicita el arranque de la película que de una imagen en plano general de la ciudad de Los Angeles, entre fuegos que surgen de enormes chimeneas, pasa a un plano de detalle de un ojo, donde acabaremos viendo reflejado ese fuego de la creación.
Pese a la trama sencilla basada en la caza de un poli a seis criminales/replicantes, la película se engrandece al conocer las motivaciones de éstos y empatizar con ellos, hasta el punto de que al final el poli bueno ya no lo es, y los malos son casi héroes existencialistas.
Siempre recordaré el día que vi esta película por primera vez. Fue en el desaparecido cine Arkadín de la calle Tuset de Barcelona. Una tarde noche de septiembre de 1982, con mi amigo Joan Moll. Yo era menor de edad, 11 años, pero pude entrar con él que rondaba los 16. Se trataba de un programa doble en el que antes iba El ansia de Tony Scott, película de vampiros de diseño con Catherine Deneuve y David Bowie, con la que me aburrí como una ostra pese a los desnudos de alto voltaje. De pronto, en aquella sala pequeña con alguna columna que dificultaba la visión, aparecieron esas naves voladoras entre neones de anuncios con caras asiáticas, el héroe Han Solo transformado en Bogart persiguiendo bellas mujeres como la punky Pris, encarnada por Darryl Hannah, y ese personajillo inolvidable de JF Sebastian, solitario viviendo entre sus muñequitos robotizados que recuerdan a las ovejas eléctricas que dan título a la novela del entonces desconocido Philip K. Dick quien murió prácticamente en la miseria sin conocer la gloria de un mito que le abriría a él y a todos quienes participaron en esta película fundamental de la historia del cine.
Pienso que lo mítico tiene una carga propia y una esencia que no debe ser perturbada con segundas partes o inventos de cualquier índole. Duele ver como montan una secuela, Blade Runner 2049, con un dream team del cine con Roger Deakins, Villeneuve o Hans Zimmer entre ellos, para acabar en un ejercicio de puro manierismo (la forma por la forma, el agotamiento del genio que sucedió al Renacimiento).
Sé que más de uno pensara que lo mío es romanticismo y adoración por la primera versión, y no lo oculto pero es que éste nuevo Blade Runner no tiene entraña, ni humanidad ninguna en su historia, es como si hubieran olvidado que la naturaleza primigenia de los mitos es contar lo inexplicable, abriendo la visión de lo desconocido y lo venidero, para hacer avanzar una cultura y su sociedad.
Hay queda ese Nexus 6 que nos enseñó a morir viendo cosas que jamás creeríamos, naves en llamas más allá de Orión. En lo único que se equivocó es que en lo de que todos aquellos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. Su momento es ya inmortal, de ese material con el que se forjan los sueños.
Alexis Racionero Ragué
Coincido contigo, Alexis. Acabo de ver la peli de Villeneuve y me he quedado bastante frío. Lo mejor, cuando a Deckard le cuesta tanto decir el nombre de Rachel (qué gran actor es Harrison Ford). Pero ese es uno más de los momentos homenaje de la película, que no me ha dicho nada nuevo… Otra peli más en la línea de estirar el chicle de mitos del cine… Ésta sí se perderá como lágrimas en la lluvia. Y Villeneuve diciendo que es su mejor peli (lo que se dice por el marketing!)
Fue una película maravillosa de la ciencia ficción, Espero que la segunda parte por lo menos la iguale aunque no creo que la llegue a superar.